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Vuela, vuela

El Retiro me abrió sus puertas desde el principio. Por allí he paseado amigos, novios y mascotas. He celebrado con alegría la Feria del Libro, con la que cada año agotaba mis ahorros en hermosos, deseados y queridos libros. Caminar arriba y abajo entre las casetas me resulta todavía mágico. Soñar con estar algún día al otro lado forma parte de esa magia. Más adelante, la Madrid Fashion Week hizo que mi trabajo también discurriera por allí.

En estos días, relaciono El Retiro con Mónica. Mi amiga, la hippy, la que es tan distinta al resto de nosotros. La que se sonrojó cuando le regalamos un reloj Dolce & Gabanna (sin pensar en ella, lo reconozco) de aires florales muy de su estilo, que nos agradeció, luego cambió y sospechamos que el resto lo ahorró. En este parque conocimos a los "Juanchis" (todos se llamaban Juan algo, lo juro): el grupito de chicos que habitualmente tocaban los bongos y sentados en la hierba reían sin parar, cerca del lago. Fue el nacimiento de una amistad y luego un amor. Moni conoció a uno de los llamados Juan y unieron sus vidas. Juan Carlos, era un enfermero comprometido que esperaba ayudar algún día en el tercer mundo. Su proyecto de vida en común con mi compañera del colegio se basaba en consagrarse a los demás, así que cuando surgió la oportunidad, decidieron irse. Se trasladarían a Burkina Faso.

Ayer, al atardecer nos reunieron en su casa, rodeados de fotos de viaje, recuerdos de proyectos solidarios y música étnica. Pasaron las horas y resultó sorprendentemente divertido. Congeniamos con los "Juanchis" enseguida. Parecíamos tan diferentes que ni el resto de mis amigos ni yo, dimos una oportunidad a los otros colegas de Mónica.

En un momento de la ya noche, Juan "a secas" (el que siempre pensé: eh, mira un surfer en El Retiro), se me acercó mientras yo curioseaba la única foto típica que tenían nuestros amigos en Tailandia, encima de un elefante: ¿No has estado allí nunca?- me dijo sonriendo juguetón. - No, lo tengo pendiente.- Me recordé mientras daba otro sorbo a mi cerveza y observaba su pelo suelto que realmente parecía tener reflejos dorados adquiridos en alguna playa. Le había visto muchas veces pues compartíamos una amiga, pero como decía Alex "juntos pero no revueltos". Sabíamos que nos tachaban de superficiales. Sabían que les tachábamos de aburridos. Ninguna de las dos afirmaciones eran ciertas. - ¿Por qué te llaman Milty? -espetó descarado con media sonrisa que como siempre me ponía nerviosa. -Pues porque me llamo Emilia. Bueno, Emily. Mi padre es irlandés y mi hermana mayor cuando nací, me bautizó así. - ¡Qué tierna historia!- rió. Cuando bebió de la botella comencé a pensar que si entre los humanos nos diéramos la oportunidad de conocernos, las guerras, los contenciosos y todos los malos rollos se reducirían a muy pocos. Si no habéis visto "American history X" (el protagonista es un brutal Edward Norton) disfrutadla y me daréis la razón. Sin darnos cuenta, nos habíamos separado del resto y estábamos en el balcón, entre geranios y rosas que a su dueña le crecerían hasta en el desierto.

Eché un vistazo dentro y la música acompañaba las risas de mis amigos y las caricias disimuladas de la pareja. Era un momento único. Juan me miró y descubrí cierta melancolía en sus ojos. Su primo empezaba una nueva vida lejos. Pareció leerme el pensamiento y me dijo: Les irá bien, ¿verdad? -A lo que sonreí y con los ojos algo húmedos recordé cierto sentimiento agridulce que me asaltó cuando mi hermana se fue a París. Pensé en trasladar mi seguridad en que serían felices a mi nuevo amigo, que, por cierto, había cambiado su semblante y volvía a mirarme como si yo fuera una extraterrestre muy graciosa.

Los aplausos nos despistaron. Había llegado el momento de que Moni repartiera sus regalitos para todos ya que una leyenda indígena cuenta que el que parte y alegra a quienes deja, siempre será recordado. Había cierto revuelo. Mi amiga nos observó desde el fondo del salón que "apestaba" a sándalo. Con una bolsa morada en mano vino hacia nosotros y con una enorme sonrisa hizo que yo metiera la primera la mano en la bolsa. (Eh, metí la mano, nos conocemos desde el colegio y su leyenda indígena es muy respetable). No dudé. Introduje mi mano. Toqué varias cosas frías. No parecían tener el mismo tamaño. - Respira y coge la "tuya" -me aconsejó. Respiré y elegí una redonda (aunque ella dijo que me escogería a mí). La saqué y allí estaba: una piedra de color rosa. -¡Eh! Cuarzo rosa -me informó ella alborozada. Es muy bueno. Atrae cariño, compresión y amor. Lupe abrió mucho los ojos impresionada. Adora estas cosas y aplaudió extasiada.

Mi compañero de balcón, metió la mano y nos mostró una gema marrón. Reconocí esa piedra, era ojo de tigre. Me encanta su tonalidad y las vetas doradas que suele presentar. Mónica le abrazó y nos avisó de que necesitaba mimitos, que le teníamos que cuidar. Me miró sospechosamente. Alex me buscó y me encontró. Sonrió, seguro que pensando que el rosa y el marrón quedaban genial. Inés recibió paz y seguridad, Lupe, pasión y el otro Juanchi, alegría y libertad. Alex decidió que su obsidiana era fantástica y no quiso saber más. Todos prometimos que llevaríamos la piedra siempre con nosotros.

Sonó el timbre. Alguien más venía a despedirse. Alguien que con gran acierto obsequió a la pareja con cuatro botellas de vino ecológico que se abrieron para la cena. Martín, nuestro pintor, nuevo entre nosotros, aunque tarde, sacó su regalo, que resultó ser un cuarzo transparente. -¡Cómo no! -señaló Moni. - ¡Un artista siempre siente sus vibraciones!

Brindamos entre canapés vegetarianos por el resto de su vida. No recuerdo lo que les deseé porque el vino ecológico, amig@s, puede tener el mismo alcohol o más que cualquier otro. Sólo sé que una vez más el cielo de Madrid lo contemplé pensando que los artistas son unos extraterrestres muy graciosos.

Dedicado a los que no se van sino que nos llevan con ellos

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