Para mi columna de la Revista me encargaron que escribiera sobre los vinos de Madrid, debido al alza del enoturismo, es decir, de la visita de Bodegas y cata de vinos para no necesariamente expertos, que se está poniendo tan de moda. Visité una preciosa Bodega situada en la zona norte de Madrid que me sugirió la siguiente historia. Cosecha de una vida. (Lee el post anterior. 1ª parte)
Se despertó en su cama, en la de cuando era un chaval. La casa en el centro de Madrid que le supuso su independencia la había vendido ya hacía dos años, la última vez que estuvo en España. Ahora estaba allí de nuevo, en las afueras. Los techos eran muy altos. Era una sensación rara pues ya se había acostumbrado a su piso de Nueva York, que aunque bien situado, era pequeño y de techos algo bajos. La casa de sus padres, en este momento, con la distancia, parecía enorme.
No sabía qué hora podía ser. Las contraventanas de madera evitaban que el sol diese alguna pista. Oía a su madre. Con su voz cantarina, un poco apagada, conversaba con su hermana Blanca. Jorge debía dormir todavía. Pensó en lo mayor que estaba. Tenía ya casi diecisiete años y como decían, se parecía a su madre y a su tío Jorge al que debía su nombre. Tío Jorge murió joven y sus padres decidieron que para perdurar su memoria, el hijo que unos años después vino por sorpresa, se llamara así.
Se desperezó. Saltó de la cama y abrió las ventanas. Fuera el sol, en aquella época del año, incidía sobre la casa calentado los muros de piedra, y por tanto, las habitaciones. Las vistas no habían cambiado nada. Las sesenta y cinco hectáreas de viñedos propios, se extendían ante él en hileras verdes. El mes siguiente empezarían a llegar los jornaleros para vendimiar. Su padre se negaba a que se hiciera mecánicamente para evitar la destrucción de lo que tanto amaba y a lo que consagró su vida: la uva. Ni el cáncer galopante que lo mató pudo evitar que dedicara su último aliento a dirigir la cosecha, la línea de producción por entero, desde el viñedo hasta el embotellado y su posterior almacenamiento.
Una vez vestido dirigió sus pasos como en un deja vu por “el pasillo verde”, el corredor que unía las habitaciones y que no era verde, sino que estaba decorado por los cuadros pintados por su madre que mostraban bosques, muy verdes, frondosos, en los que casi el espectador podría perderse, que hizo que los chicos lo bautizaron así. Encontró a su familia desayunando y cuando entró, notó que algo no iba bien. Era como si todos fueran contra él. Miró a su madre que exprimía naranjas sin perder de vista a su hijo mayor.
- Carlos – era su madre la única que todavía le llamaba así- están un poco nerviosos. Dales tiempo. – Dijo entregándole otro vaso de zumo al tiempo que le abrazaba con los ojos cerrados, sintiendo que ya no era un niño, pero que necesitaba protegerle como si lo fuera.
- Cuéntame qué pasa. ¿Qué me he perdido?
- Hijo, papá estaba muy unido a ellos. Jorge y papá estaban muy unidos. Iban todas las mañanas a correr juntos… Hasta que un día fuimos al médico porque tu padre tenía fuertes dolores de cabeza y …- no pudo continuar. Respiró hondo. – Blanca se ha implicado en la Bodega y todo lo discutía con él. Ahora tendremos que decidir qué hacemos. Hay que ponerse de acuerdo.
- Contáis con todo mi apoyo. Lo que se decida lo asumiré.
- Sí, pero Blanca sola no va a poder. Durante un tiempo sería conveniente que con tus dotes de economista ayudaras un poco. No es que las cosas vayan mal. Todo va bien, pero sin tu padre… Vamos a estar al principio un poco perdidos.
- Mamá, ya sabes que no tengo ni idea de viñedos ni de uvas. Ni siquiera me gusta el vino. – En su interior pensó en evitar la palabra odiar. Su madre se enfadaría. Pero era lo que sentía por cada cepa de aquel lugar. Odio.
- Nadie te está pidiendo que hagas nada que se salga de lo que haces habitualmente. Méndez se marchó en el peor momento. Dejó a tu padre colgado porque no quería vender una parte de su vino ecológico a los Sanguino. Tu tío y él iniciaron esas cosechas con mucha ilusión. Discutieron un día y se acabó. Se fue.
- Méndez, ¿se ha largado? – recordó que él debía su profesión a ese hombre, pues descubrió la economía con él. Llevaba todos los asuntos de su padre. Intentó calibrar la información y mentalmente su traducción fue que tenían problemas. – Mamá, hay que contratar a un profesional que lleve el negocio.
- Hijo, ya lo sabemos. Pero mientras buscamos a la persona ideal, te necesitamos. – Y le tomó las manos- No te pido que te quedes para siempre. Búscanos a alguien. Yo ya encontré un asesor que me lleva lo de mis cuadros, pero de viñas no sabe nada. Bueno, el vino sí que le va – y rieron ante la observación maliciosa de su madre.
Se despertó en su cama, en la de cuando era un chaval. La casa en el centro de Madrid que le supuso su independencia la había vendido ya hacía dos años, la última vez que estuvo en España. Ahora estaba allí de nuevo, en las afueras. Los techos eran muy altos. Era una sensación rara pues ya se había acostumbrado a su piso de Nueva York, que aunque bien situado, era pequeño y de techos algo bajos. La casa de sus padres, en este momento, con la distancia, parecía enorme.
No sabía qué hora podía ser. Las contraventanas de madera evitaban que el sol diese alguna pista. Oía a su madre. Con su voz cantarina, un poco apagada, conversaba con su hermana Blanca. Jorge debía dormir todavía. Pensó en lo mayor que estaba. Tenía ya casi diecisiete años y como decían, se parecía a su madre y a su tío Jorge al que debía su nombre. Tío Jorge murió joven y sus padres decidieron que para perdurar su memoria, el hijo que unos años después vino por sorpresa, se llamara así.
Se desperezó. Saltó de la cama y abrió las ventanas. Fuera el sol, en aquella época del año, incidía sobre la casa calentado los muros de piedra, y por tanto, las habitaciones. Las vistas no habían cambiado nada. Las sesenta y cinco hectáreas de viñedos propios, se extendían ante él en hileras verdes. El mes siguiente empezarían a llegar los jornaleros para vendimiar. Su padre se negaba a que se hiciera mecánicamente para evitar la destrucción de lo que tanto amaba y a lo que consagró su vida: la uva. Ni el cáncer galopante que lo mató pudo evitar que dedicara su último aliento a dirigir la cosecha, la línea de producción por entero, desde el viñedo hasta el embotellado y su posterior almacenamiento.
Una vez vestido dirigió sus pasos como en un deja vu por “el pasillo verde”, el corredor que unía las habitaciones y que no era verde, sino que estaba decorado por los cuadros pintados por su madre que mostraban bosques, muy verdes, frondosos, en los que casi el espectador podría perderse, que hizo que los chicos lo bautizaron así. Encontró a su familia desayunando y cuando entró, notó que algo no iba bien. Era como si todos fueran contra él. Miró a su madre que exprimía naranjas sin perder de vista a su hijo mayor.
- Carlos – era su madre la única que todavía le llamaba así- están un poco nerviosos. Dales tiempo. – Dijo entregándole otro vaso de zumo al tiempo que le abrazaba con los ojos cerrados, sintiendo que ya no era un niño, pero que necesitaba protegerle como si lo fuera.
- Cuéntame qué pasa. ¿Qué me he perdido?
- Hijo, papá estaba muy unido a ellos. Jorge y papá estaban muy unidos. Iban todas las mañanas a correr juntos… Hasta que un día fuimos al médico porque tu padre tenía fuertes dolores de cabeza y …- no pudo continuar. Respiró hondo. – Blanca se ha implicado en la Bodega y todo lo discutía con él. Ahora tendremos que decidir qué hacemos. Hay que ponerse de acuerdo.
- Contáis con todo mi apoyo. Lo que se decida lo asumiré.
- Sí, pero Blanca sola no va a poder. Durante un tiempo sería conveniente que con tus dotes de economista ayudaras un poco. No es que las cosas vayan mal. Todo va bien, pero sin tu padre… Vamos a estar al principio un poco perdidos.
- Mamá, ya sabes que no tengo ni idea de viñedos ni de uvas. Ni siquiera me gusta el vino. – En su interior pensó en evitar la palabra odiar. Su madre se enfadaría. Pero era lo que sentía por cada cepa de aquel lugar. Odio.
- Nadie te está pidiendo que hagas nada que se salga de lo que haces habitualmente. Méndez se marchó en el peor momento. Dejó a tu padre colgado porque no quería vender una parte de su vino ecológico a los Sanguino. Tu tío y él iniciaron esas cosechas con mucha ilusión. Discutieron un día y se acabó. Se fue.
- Méndez, ¿se ha largado? – recordó que él debía su profesión a ese hombre, pues descubrió la economía con él. Llevaba todos los asuntos de su padre. Intentó calibrar la información y mentalmente su traducción fue que tenían problemas. – Mamá, hay que contratar a un profesional que lleve el negocio.
- Hijo, ya lo sabemos. Pero mientras buscamos a la persona ideal, te necesitamos. – Y le tomó las manos- No te pido que te quedes para siempre. Búscanos a alguien. Yo ya encontré un asesor que me lleva lo de mis cuadros, pero de viñas no sabe nada. Bueno, el vino sí que le va – y rieron ante la observación maliciosa de su madre.
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