Para mi columna de la Revista me encargaron que escribiera sobre los vinos de Madrid, debido al alza del enoturismo, es decir, de la visita de Bodegas y cata de vinos para no necesariamente expertos, que se está poniendo tan de moda. Visité una preciosa Bodega situada en la zona norte de Madrid que me sugirió la siguiente historia. Cosecha de una vida. (Lee post anteriores. 1ª, 2ª y 3ªparte).
Se hizo de noche y de nuevo, todos junto con Jacobo, el novio de Blanca, se reunieron frente a la mesa para degustar lo preparado por Piedad. Ahora que todos conocían lo de su tío, estaba más tranquilo. Se había quitado un gran peso de encima. Sin embargo, sospechaba que su madre no estaba muy contenta. No le había dirigido la palabra en toda la noche. Finalizada la cena, Charly y su madre se quedaron solos. Ella apuraba poco a poco su copa de vino. No le miraba. Se limitaba a pasear sus ojos por el silencioso salón.
- ¿Qué te pasa, mamá? Porque me estás poniendo nervioso. Dime qué te pasa. – ante lo que su madre dio el último sorbo a su copa.
- Mira, Carlos. El paso que has dado, contando lo de tu tío a tus hermanos, está muy bien. Pero, ¿no crees –preguntó mientras daba leves toquecitos en la copa- que deberías habérmelo dicho antes a mí? Creo que debería saber antes que nadie lo que atormenta a mi hijo . – y mirándole fijamente, se levantó y se retiró evitando con un gesto de su mano que la siguiera.
“Lo que faltaba”, pensó. Su madre enfadada. Recordó a su padre. Necesitaba que estuviera allí. Decidió que tendría que ir al sitio donde más cerca estaría de él: la Bodega. Atravesó el jardín, pisando la tierra que crujía bajo sus pies. Otro deja vu salió a su encuentro. Empujó la puerta y un fuerte olor a húmedo, a cuero y, por supuesto, a vino, le azotó. Los recuerdos se agolpaban en su mente, pero siguió adelante. Dio la luz y ante él se abrió el enorme pasillo de barricas de roble que dejaban reposar el vino.
Nada había cambiado. Enseguida, reconoció la bodega de cristal que su padre bautizó como su “joyero”, donde guardaba los vinos que se relacionaban con la historia de su familia. Su padre los embotelló en momentos esenciales de sus vidas con una etiqueta de exquisita decoración realizada por su madre detallando el episodio. Así pudo leer: “Inauguración de la Bodega”, “Nacimiento de Carlos”, “Nacimiento de Blanca”, “Con Denominación Específica Vinos de Madrid”, “Por fin, con Denominación de Origen Vinos de Madrid”, “Nacimiento de Jorge”, “Carlos se va a Nueva York”.
Echó la vista atrás mentalmente, y concluyó que su padre nunca había hipotecado su tiempo con él por la bodega. Nunca se sintió solo. Advirtió entonces que lo de su tío podría haberlo superado con su ayuda. Contempló todo lo que le rodeaba y con lágrimas en los ojos, reconoció que aquello era extraordinario. Lo había construido su padre con mucho esfuerzo, superando además la pérdida de su hermano.Había sido injusto con su padre. Sabía cuánto deseaba que se interesara por ese mundo, lo veía en sus ojos, pero jamás se vio obligado a nada. Dejó que volara a su gusto. Se sentó en el frío suelo. Lloró amargamente. A su lado, descansaban un par de botellas, tan sólo cerradas por un corcho que quitó con facilidad. Leyó la etiqueta que descubría un vino ecológico. Con un “Va por ti, papá”, elevó la botella dando un trago largo. Notó como el líquido acariciaba su garganta, sin poder distinguir ningún sabor en especial. El segundo trago, le hizo experimentar ciertas notas afrutadas, que determinó, ya en sorbos posteriores, que correspondían seguramente a melocotón y a manzana. Antes de que acabara la primera botella, cayó en un profundo sueño.
Se hizo de noche y de nuevo, todos junto con Jacobo, el novio de Blanca, se reunieron frente a la mesa para degustar lo preparado por Piedad. Ahora que todos conocían lo de su tío, estaba más tranquilo. Se había quitado un gran peso de encima. Sin embargo, sospechaba que su madre no estaba muy contenta. No le había dirigido la palabra en toda la noche. Finalizada la cena, Charly y su madre se quedaron solos. Ella apuraba poco a poco su copa de vino. No le miraba. Se limitaba a pasear sus ojos por el silencioso salón.
- ¿Qué te pasa, mamá? Porque me estás poniendo nervioso. Dime qué te pasa. – ante lo que su madre dio el último sorbo a su copa.
- Mira, Carlos. El paso que has dado, contando lo de tu tío a tus hermanos, está muy bien. Pero, ¿no crees –preguntó mientras daba leves toquecitos en la copa- que deberías habérmelo dicho antes a mí? Creo que debería saber antes que nadie lo que atormenta a mi hijo . – y mirándole fijamente, se levantó y se retiró evitando con un gesto de su mano que la siguiera.
“Lo que faltaba”, pensó. Su madre enfadada. Recordó a su padre. Necesitaba que estuviera allí. Decidió que tendría que ir al sitio donde más cerca estaría de él: la Bodega. Atravesó el jardín, pisando la tierra que crujía bajo sus pies. Otro deja vu salió a su encuentro. Empujó la puerta y un fuerte olor a húmedo, a cuero y, por supuesto, a vino, le azotó. Los recuerdos se agolpaban en su mente, pero siguió adelante. Dio la luz y ante él se abrió el enorme pasillo de barricas de roble que dejaban reposar el vino.
Nada había cambiado. Enseguida, reconoció la bodega de cristal que su padre bautizó como su “joyero”, donde guardaba los vinos que se relacionaban con la historia de su familia. Su padre los embotelló en momentos esenciales de sus vidas con una etiqueta de exquisita decoración realizada por su madre detallando el episodio. Así pudo leer: “Inauguración de la Bodega”, “Nacimiento de Carlos”, “Nacimiento de Blanca”, “Con Denominación Específica Vinos de Madrid”, “Por fin, con Denominación de Origen Vinos de Madrid”, “Nacimiento de Jorge”, “Carlos se va a Nueva York”.
Echó la vista atrás mentalmente, y concluyó que su padre nunca había hipotecado su tiempo con él por la bodega. Nunca se sintió solo. Advirtió entonces que lo de su tío podría haberlo superado con su ayuda. Contempló todo lo que le rodeaba y con lágrimas en los ojos, reconoció que aquello era extraordinario. Lo había construido su padre con mucho esfuerzo, superando además la pérdida de su hermano.Había sido injusto con su padre. Sabía cuánto deseaba que se interesara por ese mundo, lo veía en sus ojos, pero jamás se vio obligado a nada. Dejó que volara a su gusto. Se sentó en el frío suelo. Lloró amargamente. A su lado, descansaban un par de botellas, tan sólo cerradas por un corcho que quitó con facilidad. Leyó la etiqueta que descubría un vino ecológico. Con un “Va por ti, papá”, elevó la botella dando un trago largo. Notó como el líquido acariciaba su garganta, sin poder distinguir ningún sabor en especial. El segundo trago, le hizo experimentar ciertas notas afrutadas, que determinó, ya en sorbos posteriores, que correspondían seguramente a melocotón y a manzana. Antes de que acabara la primera botella, cayó en un profundo sueño.
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