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Marea alta Cosecha de una vida (1ª parte)

Para mi columna de la Revista me encargaron que escribiera sobre los vinos de Madrid, debido al alza del enoturismo, es decir, de la visita de Bodegas y cata de vinos para no necesariamente expertos, que se está poniendo tan de moda. Visité una preciosa Bodega situada en la zona norte de Madrid que me sugirió la siguiente historia. Cosecha de una vida.

El sol se reflejaba en los cristales del Aeropuerto de Barajas. Los aviones despegaban cada poco tiempo. Su sonido resultaba casi rítmico. A pesar de que había dejado Madrid hacía tres años era como si el tiempo no hubiese pasado. Pensándolo bien, el cambiar de residencia fue una decisión poco meditada, puesto que el trabajo que le ofrecían en Nueva York era tan apetecible que cuando informó a los suyos de las condiciones, no se plantearon lo que pasaría en el futuro, las llamadas, los correos electrónicos y la nueva situación que se dibujaba para los meses, y quizá como luego resultó, para los años venideros.

Se aflojó la corbata y la guardó en el compartimiento más recóndito de su maleta. Había salido precipitadamente del trabajo, sin poder pasar por casa. Allí estaba, por fin, pero no en el mejor de los momentos. Su mente le castigaba con imágenes de su familia. Ahora lo sentía tanto, que casi no podía respirar. Subió el volumen de su Ipod y vació una botella de agua con los ojos cerrados. No quería que nadie lo notara. De forma casual, se vio reflejado en un cristal y le vio a él. “Sois como dos gotas de agua”, le había dicho la gente toda la vida.

- ¡Charly¡- oyó proveniente de detrás de la cinta. Allí estaba ella. La recordaba más alta pero, sin duda, hoy no se había arreglado como siempre. Sus ojos azules se llenaron de lágrimas y se abalanzó sobre él. Aquel aroma conocido le inundó otra vez de recuerdos y por un momento, estuvo a punto de dejarse llevar por aquella ola de pena que le arrastraba.
- Bueno, vamos que estarás cansado.- Se miraron y ella borró el resto de rimel que le quedaba con un gesto firme, intentando que todo siguiera adelante.
- Mamá, ¿cómo está?- Preguntó, al tiempo que la tomaba por el hombro fraternalmente.
- Pues, parece que se lo está tomando bien. Ha organizado todo y ha ido llamando personalmente a la familia. A la gente del trabajo quizá podrías llamarla tú y hablar del futuro.

Subieron al coche y en silencio se dirigieron al Tanatorio dónde los demás les esperaban. Madrid se abría a su paso tan soleada y llena de coches como cuando se fue, pero con un alma menos. Dentro de la Sala, su hermano escoltaba a su madre, una mujer de expresivos ojos verdes a la que hasta ahora no había visto con la edad real que tenía. Cuando se encontraron frente a frente se dieron un abrazo cerrado, sentido y silencioso.

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