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Marea alta Del reencuentro con las Navidades

Tras la resaca navideña, no me resisto a abandonar esta época de ilusiones, sonrisas y roscones... Trato de tener espíritu crítico y dejar ir esta sensación de emoción que reconozco que más de una noche me ha inundado y deseo que a vosotr@s también. Aunque soy consciente de que, a veces, las fiestas y las experiencias pueden ser diferentes. Es por eso que en mi columna he decidido despedir a la Navidad como se merece y como sólo sé hacer: con un relato que me inspira la nieve que veo caer desde la ventana y que me hace más difícil el adiós ... Del reencuentro con las Navidades.


Uno. La caída del primer copo de nieve pilló a casi todo el mundo por sorpresa. A Lucía Gómez no. Lo había deseado con tanta fuerza que fue la confirmación de un hecho: las Navidades volverían a ser especiales. Desde que llegó a Londres hacía dos inviernos procedente de España no había disfrutado de ver caer la nieve. El inicio de la lluvia blanca le encontraba siempre trabajando entre expedientes y papeles.

El espléndido ventanal de la Sala de Juntas mostraba la más bella estampa que había podido admirar desde su llegada haciéndose aún más hermosa cuando Sergio asomó su mirada gris verdosa. Sus ojos eran increíbles pero carecían de toda expresión. Hacía tres años que se apagaron, según se comentaba, cuando su mujer falleció en un hospital una primavera sin avisar y sin que ni su corazón ni sus ojos pudieran acostumbrarse. Cambió de trabajo, de ciudad y de país para poder pasear a gusto su tristeza, se decía a sí mismo. Deseaba salir adelante, ir más allá de fusiones de empresas, pero todavía no se sentía preparado. Observaba con disimulo a su compatriota Lucía y hubiera querido acercarse a ella, saber por qué se mostraba a veces melancólica y triste. Cuando se miraban parecían comprenderse y resultaba una sensación muy agradable.

Era 24 de diciembre. La imagen de la calle era una auténtica postal de Navidad. El personal de Hopper & Finch había brindado por las fiestas y se disponía a salir en tromba para cenar con sus seres queridos.

Sergio pensaba devorar lo último de Dan Brown mientras degustaba un bocadillo sin ningún tipo de remordimientos. Lucía estaba deseando llegar a casa para enfrascarse en una maratón de cine de romanos: Ben-Hur, Espartaco, …como había hecho toda la vida con su hermana.

Lucía y Sergio se cruzaron por el pasillo mientras se dirigían al ascensor, sin prisas, dejando al resto en la carrera de los últimos preparativos. Se sonrieron de modo espontáneo. De pronto, él sintió algo que no había experimentado desde hacía mucho tiempo: curiosidad. ¿Qué planes tendría? ¿Con quién pasaría aquella noche? Iba tan guapa como siempre, pero no especialmente arreglada para una fiesta o un encuentro con unos amigos. Finalmente, decidió concentrarse en no parecer un tipo borde o raro ante sus ojos.

-¿Qué tal, Lucía?

- Bien. Vaya día, ¿eh? Es genial.

- ¿La Nochebuena?

- No, no. La nieve- dijo mientras recorría algo aturdida la cara de él. Sus rasgos eran muy marcados. Disfrutó de la visión de su cara en conjunto: el pelo rubio tan corto que la resultaba tan atractivo y el cuello que se adivinaba tan fuerte.

- Sí, bueno, es muy navideño.- Y él sonrió mientras comprobaba de cerca el aroma tan cautivador que ya había notado en otras ocasiones así como la boca tan graciosa impregnada de gloss que le atraía aunque se negaba a reconocerlo. -¿Te vienen a visitar de España?- preguntó a Lucía evitando la tentación.

-Oh, no. Yo …- La puerta del ascensor se abrió y entró una horda de trabajadores de Machine, una empresa de programadores que parecían más animados que de costumbre y que los dividió en el cubículo haciendo la conversación imposible.

Las fuerzas que Sergio había reunido para conectar con ella se esfumaron entre las llamadas de los móviles que se multiplicaban en la bajada del piso catorce a la planta donde se encontraba la salida. Explicaciones y preocupaciones por otros. “Dan Brown. Eso sí que me satisface.”- se autoconvenció.

El piso cero, se había convertido en aquellos días en un vivero de abetos, por el número de ellos que convivían en el hall y en el exterior del edificio. Lucía y Sergio se dejaron arrastrar y con un “Que pases buena noche” y “Feliz Navidad” en español, finalizó su aproximación.

Lucía intentó recomponerse tras su pequeña charla pues su paisano tenía el poder de alterarla con facilidad. A pesar de que no hablaban demasiado el contacto visual cada vez era mayor y más confuso. Sergio abandonó el edificio y recibió el golpe de frío. Todo estaba blanco. Se detuvo para ponerse los guantes. Cuando quiso apartarse era tarde. El abeto corporativo de Hopper & Finch aterrizaba sobre él sin previo aviso. Quizá la fuerte nevada o la mala instalación provocaron el accidente que le dejó tumbado con una pierna aplastada bajo bolas y espumillón de tamaño considerable. Los curiosos se arremolinaron pero nadie tocó nada por si acaso. Sergio era corpulento así que lo de moverle parecía no ser una buena idea y la pierna estaba cubierta por el árbol. Sentía dolor pero estaba tan perplejo que se dejaría hacer.

Su jefe en Hopper & Finch salió de entre el grupo de mirones y le indicó que no se preocupara porque la ambulancia acudiría junto a los bomberos. Cuando Lucía salió y se asomó expectante al corrillo de gente, el panorama le pareció sacado de una mala película navideña: chico guapo aplastado por un enorme abeto de empresa. Se hizo un hueco entre la gente.

-Sergio, ¿estás bien?- le preguntó en español.

-Pues ya ves. Creo que demandaré a Santa Claus- sonrió forzado y no había acabado de contestarla cuando tres operarios de emergencias levantaron el pesado árbol y le examinaron entre la muchedumbre, Lucía y el jefe de ambos. Se decidió su traslado al cercano Heathrow Hospital.

-Lucía, me gustaría ir a mí en persona acompañando a Sergio, pero en un día como hoy me resulta imposible –dijo su jefe mostrando su vena más inglesa y firme. – ¿Sería tan amable de hacer patria y acompañarle? –pronunció con tono de imposición.

Sergio montado en la ambulancia se preguntaba por qué no partían hacia el hospital, cuando Lucía azorada se subió con él.

- Pero …- tuvo que admitir el herido perplejo por segunda vez en el día de Nochebuena.

Dos. El módulo de urgencias del Heathrow Hospital se encontraba excesivamente decorado para alguien atacado por un adorno navideño.

-¿Qué pasa hoy en esta maldita ciudad?- Se quejó Sergio mientras le montaban en una silla de ruedas y aguantaba con paciencia las risitas ahogadas de los del turno de urgencias cuando comentaban su caso.

- Es Navidad, Sergio.

-Ya, ya y me ha caído encima el peso del espíritu navideño – señaló enfurruñado.

Se miraron y comenzaron a reírse a carcajadas. Ninguno de los dos recordaba haberse reído tanto en mucho tiempo. Tuvieron que esperar un rato y descubrieron sorprendidos que debían ser los únicos en aquella ciudad iluminada que pasarían la noche solos y ajenos a su significado.

Atendieron a Sergio y media hora después iba escayolado y manejaba una muleta con cierta destreza ya que sus años en el equipo de rugby de la Facultad de Derecho le habían entrenado.

- Acabo de rellenar estos formularios y nos vamos.- Le dijo a Lucía volviendo a sorprenderse de utilizar por unos instantes el casi olvidado plural.

- Tranquilo, tengo programado el horno para que caliente el pavo dentro de dos horas. Hay tiempo.

La puerta de urgencias se abrió y como en un desembarco, varias ambulancias descargaron en medio de la sala de admisiones. Lucía y Sergio se apartaron sin poder despegar los ojos del grupo de camillas que habían irrumpido de pronto. Sólo se oía la clave “Choque múltiple” en boca de unos y de otros. La confusión era tal que ambos se ofrecieron para ayudar. Los servicios del Hospital no parecían ser suficientes. Aunque los protocolos desde el triste 7-J se habían mejorado, los veinte vehículos involucrados en el accidente y en un día tan señalado hacían todo más complicado.

Una hora después una pequeña representación de Hopper & Finch tomaba los datos de los que podían responder por sí mismos y tres horas más tarde eran recompensados con un caldo caliente y los más sinceros agradecimientos del personal del Hospital.

-Hola, chicos. Muchas gracias – saludó alguien en perfecto español.

- No hay de qué- respondieron casi al unísono.

- Soy Elvira del Valle, la Jefa de Enfermeras. Agradezco de todo corazón vuestra ayuda. Os hemos fastidiado la tarde. Lo siento. – y ambos se miraron.

- En realidad no teníamos planes. Además era nuestro deber.

Se despidieron al estilo hispano con dos sonoros besos y se disponían a salir cuando la Jefa de las Enfermeras les detuvo para proponerles algo que hacer en aquella noche tan especial que incluía una cena en buena compañía.

Tres. Las ventanas del pabellón infantil del Heathrow Hospital recogían en nieve artificial todo tipo de mensajes y símbolos navideños: muñecos de nieve, deseos de paz, felicidad, … Elvira les guió por el laberinto de pasillos y en poco tiempo eran presentados como los animadores que compartirían la Nochebuena con Anna, Nora, Tyron y Mathew, niños de entre 6 y 8 años que estaban ingresados por diversas enfermedades. Como los sanitarios estaban tan ocupados resultaba imposible que pudiesen acudir a su cita con los niños, así que habían improvisado lo de los animadores. Los niños aquella noche tenían que disfrutar, no asistir a nuevas desgracias e incluso revivirlas.

Cuando se quedaron solos el interrogatorio no se hizo esperar: ¿Sois españoles? ¿Sois novios? ¿En qué trabajáis? Siendo abogados, ¿habéis metido a algún asesino peligroso en la cárcel?

Mientras Tyron, el guapo niño negro que les observaba callado les espetó:

- Y no teníais con quien celebrar las fiestas, ¿no? Las Navidades son un asco, ¿ves Nora?- dijo dirigiéndose a la niña de ojos azules y pelo rubio recogido en una coleta.

El comentario produjo el silencio entre ellos.

- Nosotros tenemos padres ricos y no tienen tiempo para venir a vernos, ¿sabéis?- anunció resignada la otra niña pelirroja.

- Pero mañana vendrán con muchos regalos- señaló la risueña Nora.

-Pues que te traigan un riñón- le gritó Tyron a Nora, provocando que enmudeciera de nuevo.

- Oye, niño. Nada te da derecho a decir esas cosas. Habría que pedir para ti un corazón – le reprendió Lucía mientras sacaba a Nora y a Anna del comedor que empezaba a quedarse vacío.

Los tres contemplaron cómo las chicas salían.

- Tyron, debes ser más educado. Además es tu amiga. Tienes mucha suerte de tener amigos- dijo Sergio desde lo más profundo de su corazón. Tener amigos era de las cosas más importantes que existían en la vida. Él lo sabía.

Tyron hizo un aspaviento para demostrar su desacuerdo. Entonces, Mathew que había estado en silencio sentenció:

- Tyron, ¿quién organizó tu fiesta de cumpleaños? ¿Quién te hizo aquel póster de hojas de otoño tan feo?¿Quién fue la única que no se rió de ti cuando te raparon la cabeza? Nora, Tyron, fue Nora.

Sergio miró a los dos niños que aprendían lecciones de la vida entre cuatro paredes asépticas con el único apoyo de unos hacia otros. Dejaron atrás la cena de Nochebuena y buscaron a las chicas, pero no había ni rastro. De la oscuridad al final del pasillo del pabellón infantil, Anna y Lucía salieron a su encuentro. Parecían inquietas.

-Tyron, se han llevado a Nora.

- ¿Cómo? ¿Qué ha pasado?

- Del choque múltiple ha salido un donante para ella- anunció Lucía desencajada. – Es muy peligroso- susurró a Sergio que también estaba preocupado.

- Quiero verla. Quiero verla- repetía Tyron al borde del llanto.

En carrera fueron a buscar a la Jefa de Enfermeras para pedir que se vieran. Costó convencerla pero dado que sus padres tardarían en llegar debido al temporal, podrían acompañarla en esos momentos previos a la crítica operación.

A pesar de contar con tan solo siete años, la serenidad de Nora impresionaba. Llevaba tanto tiempo esperando que lo tenía asumido. Cuando les vio sonrió sin un rastro de rencor y se lanzó a contar la aventura a la que se enfrentaba. Sergio y Lucía callaban emocionados por la entereza de los niños. Se despidieron y Nora dio un beso a Tyron dejándole en paz. Un “Pídeselo a Santa” fue lo último que Nora dijo a Tyron. Él sonrió y asintió firme.

Cuatro. La noche se hacía larga. Sergio se quedó con los chicos y Lucía con Anna. En un momento de la noche, las chicas recibieron la visita de dos niños y un adulto que había recuperado el brillo de su mirada, sacándolas en procesión y a oscuras hacia la ventana más grande del hospital.

Vieron caer la nieve y decidieron uno a uno pedir a Santa Claus sus deseos. Tyron no pidió nada para él, rogó porque Nora saliera bien de la operación. Lucía y Sergio se echaron una mirada prometedora llena de intimidad y en la penumbra se tomaron de la mano. Ambos recordaron a su mujer y su hermana fallecidas que les habían atado sin querer a la pena y poco a poco dejaron que se fueran.

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