- Personalmente, ¿has pensado bien el cambio? – miró al lápiz ya mareado.
- Pues, Leo, nada aquí me retiene. El proyecto es ambicioso y tengo ganas de iniciar un plan de esta envergadura. –no pensaba contarle nada sobre ella y Amaro.
- ¿Te vas a ir a vivir con él? –la pregunta pilló a Marta por sorpresa.
- En principio, sí. –incapaz de seguir contando sus planes en común, hizo ademán de levantarse.
Él también se levantó. Leo le pareció más fuerte que nunca y recordó la escena apasionada que vivió con él en New Bombay. Si creía que lo había olvidado no era así. Lo había enterrado, pero al verle allí mirándola, con el pelo tan corto y rubio, lacio posiblemente por efectos de una ducha demasiado rápida, sintió que su estómago se alteraba. Otra vez, vértigo.
Leo la contemplaba. Miró sus ojos verdes y el pelo castaño recogido en una coleta. Tragó saliva.
- Entonces, ¿estás decidida? –dijo situándose delante de Marta, que echó un paso atrás azorada. -¿No hay nada que te pueda decir que te convenza para que te lo pienses? –preguntó dulcemente, mientras se sentaba encima de la mesa.
Leo tenía treinta y cinco años y era la primera vez que ella le echaba realmente esa edad. Con un movimiento rápido, Leo, recogió el lápiz y, de nuevo, jugueteó con él.
Marta miró distraída hacia el exterior. Había empezado a llover con fuerza y entraba por la ventana el característico olor a mojado de la lluvia de verano. De pronto, un relámpago la echó hacia atrás. Pareció despertarse. Leo seguía observándola de cerca. Deseó que leyera sus pensamientos. No quería perderla. En ese preciso instante, de resplandor y viéndola tan vulnerable, comprendió que la amaba. Hasta entonces pensó que era una fuerte atracción. Se mentía a sí mismo. Notaba que su corazón latía descompasado, analizando la situación. Para ella no parecía fácil marcharse, pero podría ser por el trabajo. Es de lo que estaban hablando. Intentó concentrarse en lo que le decía. Sin embargo, sólo podía recorrer con su mirada sus ojos, su boca y la pequeña nariz que culminaba una carita muy dulce.
- Leo, ¿me oyes?
- Perdona. Cuéntame.
Con gesto contrariado, Marta, le miró y de la manera más aséptica que encontró, le preguntó si prefería que lo dejaran para más adelante y según fuera con lo de encontrar un sustituto le informaría.
- ¿Te gustaría comer conmigo hoy?- la sorprendió.
- No sé si podré porque con todo esto… -no estaba segura de poder mantenerse delante de él sin tratar de aclarar temas pendientes que hasta ese día creía haber olvidado. Por eso necesitaba no salir del hospital con él, sin que vistiera su bata y su traje.
- ¿Un café? – La perforó con un golpe de vista intentando que diera muestras de que no todo estaba perdido, que aún sentía algo. Surtió efectos.
- De acuerdo.
- Te voy a buscar en una hora a tu despacho, ¿ok?
Continuará .....
- Pues, Leo, nada aquí me retiene. El proyecto es ambicioso y tengo ganas de iniciar un plan de esta envergadura. –no pensaba contarle nada sobre ella y Amaro.
- ¿Te vas a ir a vivir con él? –la pregunta pilló a Marta por sorpresa.
- En principio, sí. –incapaz de seguir contando sus planes en común, hizo ademán de levantarse.
Él también se levantó. Leo le pareció más fuerte que nunca y recordó la escena apasionada que vivió con él en New Bombay. Si creía que lo había olvidado no era así. Lo había enterrado, pero al verle allí mirándola, con el pelo tan corto y rubio, lacio posiblemente por efectos de una ducha demasiado rápida, sintió que su estómago se alteraba. Otra vez, vértigo.
Leo la contemplaba. Miró sus ojos verdes y el pelo castaño recogido en una coleta. Tragó saliva.
- Entonces, ¿estás decidida? –dijo situándose delante de Marta, que echó un paso atrás azorada. -¿No hay nada que te pueda decir que te convenza para que te lo pienses? –preguntó dulcemente, mientras se sentaba encima de la mesa.
Leo tenía treinta y cinco años y era la primera vez que ella le echaba realmente esa edad. Con un movimiento rápido, Leo, recogió el lápiz y, de nuevo, jugueteó con él.
Marta miró distraída hacia el exterior. Había empezado a llover con fuerza y entraba por la ventana el característico olor a mojado de la lluvia de verano. De pronto, un relámpago la echó hacia atrás. Pareció despertarse. Leo seguía observándola de cerca. Deseó que leyera sus pensamientos. No quería perderla. En ese preciso instante, de resplandor y viéndola tan vulnerable, comprendió que la amaba. Hasta entonces pensó que era una fuerte atracción. Se mentía a sí mismo. Notaba que su corazón latía descompasado, analizando la situación. Para ella no parecía fácil marcharse, pero podría ser por el trabajo. Es de lo que estaban hablando. Intentó concentrarse en lo que le decía. Sin embargo, sólo podía recorrer con su mirada sus ojos, su boca y la pequeña nariz que culminaba una carita muy dulce.
- Leo, ¿me oyes?
- Perdona. Cuéntame.
Con gesto contrariado, Marta, le miró y de la manera más aséptica que encontró, le preguntó si prefería que lo dejaran para más adelante y según fuera con lo de encontrar un sustituto le informaría.
- ¿Te gustaría comer conmigo hoy?- la sorprendió.
- No sé si podré porque con todo esto… -no estaba segura de poder mantenerse delante de él sin tratar de aclarar temas pendientes que hasta ese día creía haber olvidado. Por eso necesitaba no salir del hospital con él, sin que vistiera su bata y su traje.
- ¿Un café? – La perforó con un golpe de vista intentando que diera muestras de que no todo estaba perdido, que aún sentía algo. Surtió efectos.
- De acuerdo.
- Te voy a buscar en una hora a tu despacho, ¿ok?
Continuará .....
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