Marta, mi hermana, la que vive en París, sabe ya que va a traer una niña a este mundo. Está encantada porque nos hacía mucha ilusión. Desde el principio ella estaba segura de que sería un ser femenino. Me contó que desde que supo que estaba embarazada notó como aquel ser necesitaba de su atención y su protección.
Yo, por mi parte ya estoy apilando vestiditos y conjuntos de DKNY en tonos rosas, verdes, blancos y marrones y poseo un body de Ágatha Ruiz de la Prada que cuando lo vi, llamó mi atención y pidió que lo sacara de la tienda tan increíble de Serrano, llena de nubes, estrellas y corazones y lo guardara para mi sobrina.
Por otra parte, aunque es su segundo hijo, mi hermana está igual de ilusionada y expectante como con su primogénito. Aunque a ratos se siente asustada, teme que algo no vaya bien y que el ritmo de vida que lleva (trabajo que la encanta pero absorbente y familia dependiente de sus cuidados) agotan sus fuerzas y las de su bebé. Es pura vida.
Pura vida. Ya utilicé estas dos palabras, para algunos quizá manidas, para mí auténticas, y las tomé para referirme al amor carnal, físico y pasional. Pero lo que ella me describe que percibe es intenso, es amor del bueno.
Magia en un momento de crisis mundial, cenizas que caprichosas juegan con el destino, violencia incomprensible que duele… Marta no ha podido seguir leyendo “La Isla bajo el mar” de Isabel Allende, donde la protagonista sufre y vive y se embaraza, lo que hace que mi hermana empatice con Zarité, personaje femenino que llegará a conocer el amor y lo que es más importante, y que a veces olvidamos, el orgullo y el respeto a uno mismo y a los demás.
Marta no ha podido terminarlo, lo aparca hasta tener a su nena entre sus brazos. Se siente muy receptiva ante esa figura embarazada como ella y le provoca angustia. Somos seres curiosos, capaces de sentirnos identificados con gente tan diferente a nosotros que deberíamos pensar realmente en que muchas cosas podrían arreglarse si nos pusiéramos en la piel de los otros…
Es el momento de empatizar con ella y no tener en cuenta que últimamente está un poco pesada y estresada. Es su momento.
Me voy a poner en sus zapatos, que se suele decir, y que, por cierto ahora son un poco más bajitos que de costumbre.
Yo, por mi parte ya estoy apilando vestiditos y conjuntos de DKNY en tonos rosas, verdes, blancos y marrones y poseo un body de Ágatha Ruiz de la Prada que cuando lo vi, llamó mi atención y pidió que lo sacara de la tienda tan increíble de Serrano, llena de nubes, estrellas y corazones y lo guardara para mi sobrina.
Por otra parte, aunque es su segundo hijo, mi hermana está igual de ilusionada y expectante como con su primogénito. Aunque a ratos se siente asustada, teme que algo no vaya bien y que el ritmo de vida que lleva (trabajo que la encanta pero absorbente y familia dependiente de sus cuidados) agotan sus fuerzas y las de su bebé. Es pura vida.
Pura vida. Ya utilicé estas dos palabras, para algunos quizá manidas, para mí auténticas, y las tomé para referirme al amor carnal, físico y pasional. Pero lo que ella me describe que percibe es intenso, es amor del bueno.
Magia en un momento de crisis mundial, cenizas que caprichosas juegan con el destino, violencia incomprensible que duele… Marta no ha podido seguir leyendo “La Isla bajo el mar” de Isabel Allende, donde la protagonista sufre y vive y se embaraza, lo que hace que mi hermana empatice con Zarité, personaje femenino que llegará a conocer el amor y lo que es más importante, y que a veces olvidamos, el orgullo y el respeto a uno mismo y a los demás.
Marta no ha podido terminarlo, lo aparca hasta tener a su nena entre sus brazos. Se siente muy receptiva ante esa figura embarazada como ella y le provoca angustia. Somos seres curiosos, capaces de sentirnos identificados con gente tan diferente a nosotros que deberíamos pensar realmente en que muchas cosas podrían arreglarse si nos pusiéramos en la piel de los otros…
Es el momento de empatizar con ella y no tener en cuenta que últimamente está un poco pesada y estresada. Es su momento.
Me voy a poner en sus zapatos, que se suele decir, y que, por cierto ahora son un poco más bajitos que de costumbre.
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