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El masaje

Me tumbo en la camilla que me ofrece mi masajista y me dejo hacer. Me toma las piernas y va aplicando una crema que parece contener arenilla. Si habéis probado alguna vez un peeling, sabréis a qué me refiero. Los movimientos raspan nuestra piel una y otra vez, logrando que mis células muertas (que no mis neuronas algo que me temo más difícil) dejen paso a otra dermis rejuvenecida. A mí me resulta estupenda esta sensación. Uumm.

Todo mi cuerpo vibra al ritmo de los movimientos del sabio masajista que huele tan bien que desata mi imaginación… y que la ducha posterior para eliminar el producto exfoliante me vuelve a activar.

Allí está él esperando que me vuelva a tumbar para aplicarme ungüentos del Mediterráneo que dejarán mi epidermis de luxe. Ahora que me vuelve a tomar los brazos, las manos, los hombros (Diosss) me relajo todavía más y mi mente navega en el puerto de las notas de Sir Ravi Shankar. Los aromas conquistan mis sentidos.

Es el momento de confesaros algo, así, en petite comité: los masajes los disfruto más si me los realiza un masajista. Las manos de los hombres me provocan más energía. Creo que tiene que ver con el tamaño o quizá la fuerza… Las manos de las féminas masajistas no me relajan igual o no provocan el mismo efecto. Vale, quizá si no lograra ver quién me los hace me daría igual… En fin, era una confesión no un estudio científico, darling.

Cuando me empiezo a desvincular del masaje es cuando me toca la zona de los pies… No puedo soportarlo. Me resulta muy incómodo que me toquen los pies, así como suena. Pero fíjate que hoy estoy abierta a nuevas sensaciones (el maldito Ravi Shankar otra vez me está afectando)…

Sus manos parecen conocerme de otra vida porque podría poner ahora mismo mi piso a su nombre sin remordimientos… Es una sensación tan placentera que me arranca una sonrisa que le contagia y sé que se siente realizado por hoy en su trabajo, pues mi aviso de caution con mis extremidades para las que trabajo tanto… (mis últimas sandalias de Just Cavalli precisaron de unas horitas extras) ha saltado por los aires y me ha encantado.

Finalmente con un masaje en la cabeza, mi mente se queda en blanco. Matías me cubre con una toalla y me dice que me relaje, dejando que me una a la calma que reina en aquella sala. Ha sido increíble. Mi cuerpo y mi alma se han renovado. Lo puedo sentir.

Gracias Inés.

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