Un amigo me mandó un dibujo de Manhattan que ha tenido la suerte de exponer en un local muy exclusivo de Jazz en Nueva York. Parece que mostrar su arte en aquel lugar le ha abierto una nueva ventana y ha empezado a escuchar ese género, poquito a poco, casi a tientas. Brindemos por los encuentros y las fusiones, que surgen sin que prestemos atención o sin que nuestra voluntad sea la responsable, incluso como consecuencia de fenómenos naturales como el Volcán de Islandia, que habrá provocado, por qué no, historias imposibles, momentos inolvidables …
Mientras escucho Sleep away de Bob Acri, que me ha recomendado my friend desde la city, se me ocurre la siguiente escena que os presento en esta nueva columna de Marea alta. Un pentagrama por descubrir
Las notas empezaron a caer del piano, directas desde cada tecla al suelo enmoquetado del local. Otras pocas procedentes de la batería remontaron el vuelo pero resbalaron directamente desde sus oídos, alicaídas, sin ritmo. Había estado allí miles de veces con sus amigos, pero nunca se había sentido así. Experimentaba una especie de desazón desconocida para él. El jazz había entrado en su vida por sorpresa, como ella. El descompasado ritmo de la pieza parecía solo atender a los acelerados latidos de su corazón. Con aquella mujer le pasaba lo mismo que con aquella música: se había convertido primero en su amiga y ahora se daba cuenta de su dependencia y de que le balanceaba a su son. Era lo más parecido al amor que había sentido nunca. Cerró los ojos. De nuevo las notas de aquel piano quisieron llamar su atención. Cuando notó su perfume próximo a él, el repiqueteo de las teclas volvió a adquirir sentido. Sonrió. Ahora el contrabajo se unía a una caricia en los oídos de ella. Percibió cómo su piel reaccionó cuando le dirigió una mirada agradecida por descubrirle aquel lugar y aquella música que nunca había apreciado. Resonaron bajo la luz tenue otra vez los sonidos, se encadenaron y cumplieron su misión. Ese mágico instante acompañó sus pensamientos y nuevas sensaciones durante toda la vida, como aquella melodía.
Mientras escucho Sleep away de Bob Acri, que me ha recomendado my friend desde la city, se me ocurre la siguiente escena que os presento en esta nueva columna de Marea alta. Un pentagrama por descubrir
Las notas empezaron a caer del piano, directas desde cada tecla al suelo enmoquetado del local. Otras pocas procedentes de la batería remontaron el vuelo pero resbalaron directamente desde sus oídos, alicaídas, sin ritmo. Había estado allí miles de veces con sus amigos, pero nunca se había sentido así. Experimentaba una especie de desazón desconocida para él. El jazz había entrado en su vida por sorpresa, como ella. El descompasado ritmo de la pieza parecía solo atender a los acelerados latidos de su corazón. Con aquella mujer le pasaba lo mismo que con aquella música: se había convertido primero en su amiga y ahora se daba cuenta de su dependencia y de que le balanceaba a su son. Era lo más parecido al amor que había sentido nunca. Cerró los ojos. De nuevo las notas de aquel piano quisieron llamar su atención. Cuando notó su perfume próximo a él, el repiqueteo de las teclas volvió a adquirir sentido. Sonrió. Ahora el contrabajo se unía a una caricia en los oídos de ella. Percibió cómo su piel reaccionó cuando le dirigió una mirada agradecida por descubrirle aquel lugar y aquella música que nunca había apreciado. Resonaron bajo la luz tenue otra vez los sonidos, se encadenaron y cumplieron su misión. Ese mágico instante acompañó sus pensamientos y nuevas sensaciones durante toda la vida, como aquella melodía.
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