Hoy en el Metro una chica descansaba en el suelo con los pies sobre una mochila y tres guardias de seguridad la rodeaban dándole ánimos, aliento. La gente pasábamos por delante curioseando ávidos de saber qué pasaba.
Uno de los seguridad no dejaba de darle conversación y hasta consiguió arrancar una sonrisa en el semblante lívido de la joven.
Era una cara de agradecimiento al anónimo, al que te ayuda y se preocupa por ti sin tener por qué.
Es tan importante que se interesen por nosotr@s cuando nos encontramos indefensos, fuera de nuestro sitio ...
Por eso es emocionante y hasta mágico que conectemos con alguien tanto como para compartir la vida con ellos o que nuestra existencia dependa de un encuentro o incluso un recuerdo... Y después que cada vivencia, pena o éxito sea compartido. Por eso, las historias de amores imposibles, luchas apasionadas que traspasan la frontera de la historia me inspiran. Así nació la siguiente narración: Marea alta Hueles a Azahar
“Hueles a azahar” susurró Abderramán a su oído y fue separada de sus seres queridos y de su amante. Hacía ya de aquel atardecer cuatro años.
Cuando tuvo a su hijo, el califa la apartó de su lado. “Tu fragancia me envenena”- gritó cuando recibió la noticia de que había perdido a su hijo. Al verla llorar le pareció un signo de debilidad y decidió que no podía estar a su lado aunque fuera la única de sus mujeres que hasta entonces le diera un varón. Después de trasladarse a Medina Azahara, la mujer que exhalaba aroma de azahar fue olvidada y rebajada a realizar las labores más penosas.
Desde la celosía de su hogar veía pasar la vida entre suspiros, devorada por el tiempo y la pena. Recordando en sus sueños la época feliz en que Ibrahim la deshojó como a una flor, cuando su cuerpo despierto a sensaciones nuevas le pertenecía solo a él.
Con el espíritu apagado transcurría su letargo en vida, recorriendo las calles bulliciosas cada día para comprar las viandas que al caer el sol agasajarían a los invitados del que fue su esposo: el temido Abderramán.
Aquella mañana volvían a Córdoba los soldados tras las últimas escaramuzas. El ruido de los caballos resonaba sobre el suelo empedrado inundándolo todo. Un olor nauseabundo recorría las estrechas calles y la obligaban a apartarse y evitar percibir aquel profundo hedor.
Se retiró a un lado, bajo un soportal apoyándose para respirar hondo y recomponerse, cuando un aroma conocido provocó un escalofrío que recorrió su estómago. La mirada de un extraño le asaltó. La frenó con sus brazos fuertes y la ropa todavía con polvo del camino. Ella le contempló. Solo sus ojos podían ser aquellos que la escudriñaban. Verdes pero sin el brillo que hacía mucho tiempo la alegraban y acariciaban bajo los árboles.
“No te dejaré escapar otra vez” susurró dulcemente, reconociendo en ella el amor y la pasión que sintió hace años y queriendo realizar el sueño que desde que se separaron tejió en sus noches solitarias.
Uno de los seguridad no dejaba de darle conversación y hasta consiguió arrancar una sonrisa en el semblante lívido de la joven.
Era una cara de agradecimiento al anónimo, al que te ayuda y se preocupa por ti sin tener por qué.
Es tan importante que se interesen por nosotr@s cuando nos encontramos indefensos, fuera de nuestro sitio ...
Por eso es emocionante y hasta mágico que conectemos con alguien tanto como para compartir la vida con ellos o que nuestra existencia dependa de un encuentro o incluso un recuerdo... Y después que cada vivencia, pena o éxito sea compartido. Por eso, las historias de amores imposibles, luchas apasionadas que traspasan la frontera de la historia me inspiran. Así nació la siguiente narración: Marea alta Hueles a Azahar
“Hueles a azahar” susurró Abderramán a su oído y fue separada de sus seres queridos y de su amante. Hacía ya de aquel atardecer cuatro años.
Cuando tuvo a su hijo, el califa la apartó de su lado. “Tu fragancia me envenena”- gritó cuando recibió la noticia de que había perdido a su hijo. Al verla llorar le pareció un signo de debilidad y decidió que no podía estar a su lado aunque fuera la única de sus mujeres que hasta entonces le diera un varón. Después de trasladarse a Medina Azahara, la mujer que exhalaba aroma de azahar fue olvidada y rebajada a realizar las labores más penosas.
Desde la celosía de su hogar veía pasar la vida entre suspiros, devorada por el tiempo y la pena. Recordando en sus sueños la época feliz en que Ibrahim la deshojó como a una flor, cuando su cuerpo despierto a sensaciones nuevas le pertenecía solo a él.
Con el espíritu apagado transcurría su letargo en vida, recorriendo las calles bulliciosas cada día para comprar las viandas que al caer el sol agasajarían a los invitados del que fue su esposo: el temido Abderramán.
Aquella mañana volvían a Córdoba los soldados tras las últimas escaramuzas. El ruido de los caballos resonaba sobre el suelo empedrado inundándolo todo. Un olor nauseabundo recorría las estrechas calles y la obligaban a apartarse y evitar percibir aquel profundo hedor.
Se retiró a un lado, bajo un soportal apoyándose para respirar hondo y recomponerse, cuando un aroma conocido provocó un escalofrío que recorrió su estómago. La mirada de un extraño le asaltó. La frenó con sus brazos fuertes y la ropa todavía con polvo del camino. Ella le contempló. Solo sus ojos podían ser aquellos que la escudriñaban. Verdes pero sin el brillo que hacía mucho tiempo la alegraban y acariciaban bajo los árboles.
“No te dejaré escapar otra vez” susurró dulcemente, reconociendo en ella el amor y la pasión que sintió hace años y queriendo realizar el sueño que desde que se separaron tejió en sus noches solitarias.
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