Cuando se dirigía Marta hacia la puerta, se volvió. Leo estaba detrás para abrirla , pero como en otras ocasiones, y con el don de la oportunidad, Elvira, su secretaria, terminó con la reunión.
- Buenos días. Por decir algo. Llueve a cántaros y vengo como si me hubiera pasado la mañana nadando con la ropa puesta. – rió y despidió a Marta. – Leo, ¡qué atuendo más juvenil llevas hoy!.
Elvira tenía mucha confianza con su jefe. Con casi cincuenta años de edad, había comprobado la valía de Leo, aunque al principio le costó respetarlo por su edad, si bien no pasaron ni tres meses trabajando juntos, cuando se convenció del tipo tan estupendo y ,desde luego, eminente doctor que era. Por eso, y porque le conocía ya desde hacia varios años, sabía que su jefe estaba alterado. Estaba segura de que en algún momento llegaría una mujer que le trastocaría la vida.
No pasaba los cuarenta años, ¡por amor de Dios!, debía conocer a alguien con quien compartir su futuro. Su hija era lo más importante para él, pero esa juventud y ese hombre con tantas cualidades no debía desperdiciarse. No sólo de trabajo vive el hombre. Elvira ya había barajado la candidatura de Marta. Había observado cómo se miraban cuando creían que el otro no se daba cuenta. Era una chica muy atractiva y muy inteligente, pero no parecía fácil de conquistar.
Cuando Elvira, de nuevo, entró, sin llamar, en el despacho de Leo, algo que éste odiaba profundamente y que siempre la reprendía, lo encontró de brazos cruzados viendo la lluvia caer. Estaba claro que el mal de amores había infectado al doctor.
Continuará ...
- Buenos días. Por decir algo. Llueve a cántaros y vengo como si me hubiera pasado la mañana nadando con la ropa puesta. – rió y despidió a Marta. – Leo, ¡qué atuendo más juvenil llevas hoy!.
Elvira tenía mucha confianza con su jefe. Con casi cincuenta años de edad, había comprobado la valía de Leo, aunque al principio le costó respetarlo por su edad, si bien no pasaron ni tres meses trabajando juntos, cuando se convenció del tipo tan estupendo y ,desde luego, eminente doctor que era. Por eso, y porque le conocía ya desde hacia varios años, sabía que su jefe estaba alterado. Estaba segura de que en algún momento llegaría una mujer que le trastocaría la vida.
No pasaba los cuarenta años, ¡por amor de Dios!, debía conocer a alguien con quien compartir su futuro. Su hija era lo más importante para él, pero esa juventud y ese hombre con tantas cualidades no debía desperdiciarse. No sólo de trabajo vive el hombre. Elvira ya había barajado la candidatura de Marta. Había observado cómo se miraban cuando creían que el otro no se daba cuenta. Era una chica muy atractiva y muy inteligente, pero no parecía fácil de conquistar.
Cuando Elvira, de nuevo, entró, sin llamar, en el despacho de Leo, algo que éste odiaba profundamente y que siempre la reprendía, lo encontró de brazos cruzados viendo la lluvia caer. Estaba claro que el mal de amores había infectado al doctor.
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