Hace unos meses veía en Instagram en modo imagen, la desesperación de un ciclista que mandaba una especie de maldición a quien le había robado su bici. Ni siquiera quería recuperarla, le valía con que quien se la quitó sufriera una caída dolorosa e invalidante. En ese momento pensé que quizá no era proporcional.
Unas semanas después, me vi en aquella misma situación. Recuerdo que cuando supe que se habían llevado mi bici, no me lo creí. Pero si estaba atada atada con candado (Sí, claro. Allí estaba cortado y abandonado). Si es un lugar tranquilo (el lugar en el que el Mediterráneo me acaricia al menos una vez al año). Qué bajón. Anda, si de las cuatro bicis, solo han cogido la tuya. Buff, qué suerte (bajón otra vez).
Reconozco que lancé furibundas miradas a los habitantes que me rodeaban convencida de que la tenían retenida en una de sus terrazas encantadoras.
Me di un paseo por un solar contiguo jurando en arameo y deseando poder detener el tiempo y poner a buen recaudo mi bici, aquellos once tubos que me engancharon a pedalear.
Era mi compañera de viaje, en la que confié mi cuerpo tantas veces. Si no has sentido alguna vez esa unión es que no has rozado el equilibrio, no has pasado por una piedra traicionera o un surco infame que casi te tira pero que no. Todo eso que te pone nervioso y te recuerda que eres frágil y que estás muy vivo al tiempo.
Me siento como si me hubieran hecho cortar una amistad.
Al que se llevó mi bici sé que el karma hará lo que tiene que hacer. Vendetta? No, gracias.
Unas semanas después, me vi en aquella misma situación. Recuerdo que cuando supe que se habían llevado mi bici, no me lo creí. Pero si estaba atada atada con candado (Sí, claro. Allí estaba cortado y abandonado). Si es un lugar tranquilo (el lugar en el que el Mediterráneo me acaricia al menos una vez al año). Qué bajón. Anda, si de las cuatro bicis, solo han cogido la tuya. Buff, qué suerte (bajón otra vez).
Reconozco que lancé furibundas miradas a los habitantes que me rodeaban convencida de que la tenían retenida en una de sus terrazas encantadoras.
Me di un paseo por un solar contiguo jurando en arameo y deseando poder detener el tiempo y poner a buen recaudo mi bici, aquellos once tubos que me engancharon a pedalear.
Era mi compañera de viaje, en la que confié mi cuerpo tantas veces. Si no has sentido alguna vez esa unión es que no has rozado el equilibrio, no has pasado por una piedra traicionera o un surco infame que casi te tira pero que no. Todo eso que te pone nervioso y te recuerda que eres frágil y que estás muy vivo al tiempo.
Me siento como si me hubieran hecho cortar una amistad.
Al que se llevó mi bici sé que el karma hará lo que tiene que hacer. Vendetta? No, gracias.
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